lunes, 29 de octubre de 2012
Roa Bastos
Hernández, Sábato, Cortázar. De ahí los múltiples juegos de Cepeda con el punto de vista, con los diálogos, con los monólogos entrecruzados y con ese extraño procedimiento tipográfico de la línea interrumpida por un espacio en blanco, y de ahí también ese rechazo al relato y a la descripción que no sean cinematográficos, "objetivos". En este aspecto se advierte una vez más, muy clara, la intención de renovar las formas y de poner en tela de juicio las convenciones heredadas del siglo XIX, una obsesión formal que, en La casa grande, tal vez pudo más que los propios demonios y temas personales del autor. Apasionado por la necesidad de renovar, Cepeda Samudio da la impresión de ser un escritor que se sacrifica como tal y que paga un muy elevado precio por querer contribuir a desbloquear una literatura que a él le parecía conservadora y aburrida. Lo hacía en notable simultaneidad con otros escritores que él desconocía o apenas empezaba a conocer (Fuentes, Rulfo, Roa Bastos, Carpentier, Cabrera Infante, Vargas Llosa), a la misma hora que los otros grandes del continente, pasando de lo superficial a lo esencial en una toma de conciencia tercermundista de la dignidad histórica, humana y cultural de los países de la periferia neocolonial.
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